José Luis Fajardo

  DESDE LA MEMORIA I
Lo había olvidado: tres reyes equivalen a un pétalo de loto. Pertenecieron a una generación que intentó mirar de frente al infinito, arrojarse al mar y navegar por los números irracionales, de ahí la admiración por Piero de la Francesca y sus soluciones arquitectónicas.
  PERSONAJE DE AZULES TRANSPARENTES
Pensó en la eternidad cuando un olor le devolvió al tiempo en que contaba historias a su hijo para dormirle. Como le había nacido en la meseta y a mucha distancia del mar, decidió que sus recuerdos infantiles los podría contagiar al niño con cuentos inventados en el fondo del mar. Los dos, acompañados por la luz tenue del pasillo, viajaban cada noche entre algas y azules a las construcciones que fabricaban y que crecían con orden en las profundidades marinas. Los sueños se saturaban de sal e historias inverosímiles en las que se empeñaban con pasión. Hoy sólo le queda el personaje de azules transparentes para mantener la memoria del que se fue soñando el blanco de la nieve.

 

   AL FINAL DE LA BATALLA
Mi taller, antes tengo que decir que llevo más de treinta años obsesionado en “la pintura”,  y que pretendo explicarme la vida con puntos y colores; materiales diversos y planos; con sombras y luces: lo que no deja de ser una mentecatez o una metodología inútil de adolescente. Retomando el texto, mi taller ha sido el campo de las batallas, un lugar testigo de dudas, desaciertos y alguna satisfacción vanidosa. Hoy que la memoria me desasiste he firmado el armisticio, es decir: LA PAZ.
   AL REGRESO DE LAS TORMENTAS
Cuando sientes que la realidad agoniza y te resignas sabiéndote incapaz de reinventarla; amiga mía: es el signo inequívoco de la derrota y el silencio. Le hablaron del desencanto que se había instalado en el país, como una pandemia incontrola. No estoy seguro de cómo ni cuando comencé a dudar de la lealtad de ella, ni siquiera que existiera algún motivo o señal para desencadenar el estado de sospecha en el que mi cerebro se precipitó. Lo cierto es que cada mañana me interrogaba inquieto sobre los cambios que creía detectar. Recuerdo que en alguna ocasión fingí viajes o alejamientos para presentarme de improviso y con sigilo. Incluso invité a mi casa a gente de mi confianza con la esperanza de encontrar en sus miradas o en sus gestos detalles que corroboraran mis dudas.

Han sido años y años de fidelidad consciente y compartida, más por su parte que por la mía, que veces la he desatendido por andar enredado en otros menesteres, que siempre encontré  justificados y enriquecedores para los dos.Poniéndome en lo peor, es decir en la ruptura inevitable, debo reconocer que siempre me acompañó y me ayudó en los momentos más difíciles de mi vida, que no han sido para despreciar, y que su disponibilidad, su respeto y su honestidad cuando dialogábamos abiertamente de mis dudas, ellas me han salvado de catástrofes cantadas.

 No quiero extenderme en explicaciones  y detalles de este viaje tormentoso de la locura por el que transité.

Hoy que las aguas han vuelto a su cauce, al regreso de la tormenta; quiero hacer pública mi reconciliación y pedir perdón si causé algún daño. La pintura y yo nos hemos vuelto a encontrar, señora.

  COLECCIONISTA DE SIGNOS
Cuando sientes que la realidad agoniza y te resignas sabiéndote incapaz de reinventarla; amiga mía: es el signo inequívoco de la derrota y el silencio. Le hablaron del desencanto que se había instalado en el país, como una pandemia incontrolada e irremediable, sin embargo no podía ó no quería reconocerse contagiado. Su mal pertenecía a otras causas, más ocultas e intimas. Desde su insomnio permanente recorría su infancia en orfandad; recordaba las tardes de sermones, de quinarios y novenas, de la mano de su abuela y unos curas viejos que le manoseaban en el primer descuido. La reminiscencia del olor agrio de las sotanas, todavía le provoca nauseas atragantadas e inapetencia permanente.

 A lo lejos, se reconoció  privilegiado recordando el día cuando descubrió el amor y al que señaló con el signo que usan los matemáticos para pensar el infinito, añadiendo una tímida cruz secreta para confirmar su hallazgo. En el desvelo valoró el esfuerzo de los suyos y algunas muertes para salir de la insoportable situación a la que les condenaron desde niños, marcándoles con una V para significar la victoria.

 Paseando por las salas de un museo se sorprendió atrapado por una A y una T:  resumen de la historia doblemente amorosa de un pintor catalán. 

Hoy ha paseado, como cada semana por el jardín, para llevarse la flor que crece junto a la tumba.

                                                                       R.I.P.

  CON LA MEMORIA DE LA LUZ
 Bueno sería saber a qué luz se refiere el autor, es posible pensar que su memoria arrancó en el momento que vio la luz. Nos confunde otra vez, pues es frecuente encontrar autores con tendencia a la mística y que asocian la luz con la verdad, es decir que pretenden tener razón siendo razonables iluminados. No hay que buscarle tres pies al gato; he indagado y resultó ser un despedido de una compañía eléctrica en reconversión laboral.
  DE LOS AÑOS ANTERIORES A TIA IMELDA
Se miraron con la complicidad que a veces genera la amistad en la vejez y sin justificaciones previas determinaron no continuar con aseveraciones y conclusiones. En la duda y los recuerdos confusos, repletos de imágenes inventadas por el tiempo, era donde los dos se sentían vivos. -A veces recuerdo cuando éramos pocos y en las calles nos encontrábamos con la sorpresa de sentir la vida de los otros, y hablábamos con orden de lo que nos había ocurrido desde la última vez, desde el último encuentro. Fragmento de un libro secuestrado.
   DESDE EL INTERIOR
 Intimo, núcleo, tripa, hueco, conciencia, ánima, entraña, vacío, oculto, encerrado, corazón, fondo, alma, vida…así he querido.
  DESDE LA MEMORIA I 
 Lo había olvidado: tres reyes equivalen a un pétalo de loto. Pertenecieron a una generación que intentó mirar de frente al infinito, arrojarse al mar y navegar por los números irracionales, de ahí la admiración por Piero de la Francesca y sus soluciones arquitectónicas.
   DESDE LA MEMORIA II

 

 Varios días estuvo inmerso en la niebla que le impedía reconocer las imágenes que trataban de dibujarse en su cerebro craquelado por el accidente. Llegué al delirio cuando comprendí que compartíamos el silencio. Ese fue el momento en el que percibí que hacia años convivía con un ser imaginario e inventado. Había “fabricado” el amor para sobrevivir. 

 Usted llegó al delirio porque se enredó ó siempre anduvo enredado y enredando. Recuerdo que me habló de cuanto sufrió por un pronombre en plural. Su desconfianza en la palabra le traicionó y no dudo que tenga algo de razón, frecuentemente ha estado al servicio de la mentira, y su ingenuidad le ha jugado una mala pasada.

  DESPUES DE LA HOJARASCA

 

 En el texto del último catalogo de Maria José de la Chica tuve la ocurrencia de terminarlo con un sugerente cuento popular chino en donde se dice la historia de un pintor al que el mandarín envía a tierras lejanas, fuera de su dominio, con la orden expresa de pintarle “el edén” (*). Pasado largo tiempo, tanto que el mandatario había olvidado el encargo, el pintor regresó a palacio para mostrar su trabajo primoroso, pero el sátrapa desencantado con la obra, le recrimina y abochorna delante del sequito de palacio. El pintor herido en su orgullo, decide introducirse en el cuadro, subir por el sendero hacia la lejanía de las montañas y desaparecer en su paisaje. Esta insólita decisión sorprendió a la corte, pero lo que desconcertó al todopoderoso de la interminable China, fue contemplar que a medida se alejaba el artista por el camino que había pintado, el paisaje se desvanecía devolviendo a la tela su blanco original: el símbolo de la luz y de la nada. Pero un cuento nunca debe acabar y cabe preguntarse a donde fue a parar el pintor andarín y orgulloso; ¿Qué intuyó más allá del paisaje por donde viajó?. Y también me pregunto que hacen los chinos otra vez en este texto, cuando Mariajo sólo me ha invitado, ella sabrá porqué, a pretender indagar en su obra; una osadía por mi parte, sin duda. Aceptado el reto y con la colaboración de los intrusos orientales, trataré en clave de cuento, justificar mis argumentos febriles sobre su obra, pues otras mañas más intelectuales me están vedadas por salud, edad y conocimientos. La vocación viajera de mi amiga y su empeño en expresarse en la pintura, le han traído a estos cuadros: el final de un viaje afortunado y oportuno que le llevó al descubrimiento de lo que ocurrió después de la hojarasca. Como compañero de la pintora y experto en dudas, tengo que señalar su atrevimiento por exponer las claves más intimas del taller, cosa poco frecuente desgraciadamente. Maria José descubrió, en el mismo momento de salir de la protección del bosque, las huellas delatoras de la batalla, los restos presentidos del disparate otra vez; intuyó el regreso a tiempos que habíamos conjurado y que pensábamos acabados para siempre y decidió pasarlos a papel con toda su crudeza. No debemos pensar que la pintura está ajena de la realidad. Nunca ocurrió. En Filipinas, cada vez que el tiempo pasaba se llevaba una flor; me lo dijo Llovet una noche muy atrás en el tiempo y en Buenos Aires y aseguro que él sabe porqué; a los curiosos los remito a la Sociedad de Autores. ¿Dónde está el viento que detuvo el tiempo del artista chino?. En el anverso del paisaje está esperando junto al pintor que el encuentro suceda. Ella, que siempre se ha reconocido de la familia de los cromáticos y de los ilusos, ha señalado que detrás de la maraña de los troncos del bosque, al fondo, siempre aparece la esperanza de un color luminoso que evita la angustia y la desorientación. En los volcanes buscaba el origen; por los océanos encontraba los limites del horizonte. Y me pregunto cuál fue la razón por la que eligió el viaje al interior del bosque. Mi torpeza es manifiesta; sólo quería viajar, y se viaja para encontrar, sobre todo en soledad. Del viaje ha regresado ilesa porque tuvo el valor de separarse de las apariencias del orden, que siempre esconden trampas y caos. Digo que pudo salir por fin, cuando tomo la decisión de situar el último tronco, seco y sin vida, el más antiguo del bosque, con el mismo respeto de los botánicos frente al descubrimiento inesperado o el escrúpulo por la señal descubierta en un páramo, de un agrimensor en su mapa topográfico: lo pintó en gris para señalar el tiempo desconocido de la muerte. Le he pedido permiso a mi amiga para contar el encuentro insólito que aconteció y salvo intimidades, trataré de ser conciso, sin dejarme atrapar por las palabras que darían al relato visos de fantasía, y que tergiversarían lo que substancialmente ocurrió allí, en el bosque. Abul se adelantó con la elegancia de un gran danés y sin ladrar se acurrucó apoyando la cabeza sobre sus patas cruzadas, a la espera de una señal de atención de la pintora. A escasa distancia, y que convendría constatar para ser exactos, un envoltorio de sedas luminosas, pues a primera vista los siglos no habían pasado por los colores, reposaba al pie del tronco seco y sin vida. Parecía flotar por el efecto del humus de las hojas al fermentar para recordarnos que la vida sigue inexorablemente su ritmo. Quiero reseñar que cuando la pintora me lo contó por primera vez, la interrumpí para saber si se había sobresaltado. Sentí la serenidad que da la confianza, me dijo, incluso cuando de entre el revoltijo de las sedas asomó la mano con los dedos más finos y fuertes que jamás vi, dedos de pintor de pinceles de marta, que con agilidad separaron los pliegues dejando a la vista unos ojos de miel y bondad. Te he esperado desde tu primer cuadro. Me perdí por mi sendero y hace siglos que espero inmóvil tu paisaje que es el anverso del mío, ahora puedo seguir vivo en tu espacio, si me lo permites. Nunca fue un sueño; desde que viajé enojado por la prepotencia de  aquel personaje al otro lado, al anverso de la realidad, he buscado por la pintura del mundo el paisaje que permitiera mi regreso. Visité        los bosques fantásticos de Jeronimus, al que se conoció como El Bosco, los secretos de Lenardo, los lejanos de Domenico Beccafumi, hasta me esfumé con Turner y tantos intentos inútiles que no me ofrecían        la salida me llevaron al silencio y el conjuro con esos maravillosos perros grandes que conocéis como grandes de Dinamarca o algo así, con los que llegué al acuerdo, ellos rastrearían los paisajes y yo les          protegería de los poderosos.Tu cuadro, el de este tronco seco que viaja conmigo desde hace siglos es el anverso del mío, por donde escapé; el que no vemos pero intuimos y  en el que nos reconocemos. Gracias por devolverme.Una ligera brisa levantó algunas hojas dejando desnudas las huellas del tiempo y el lugar para meditar, el exacto donde empieza la paz y se acaban los tormentos. Pongo en aviso a los que tengan la oportunidad de ver los últimos trabajos, que la pintura de María José también está llena de esperanzas y advertencias de los peligros que ocasionan los desaprensivos, los destructores de paisajes, los que se arrogan el derecho a la vida de los demás. La vida no necesita a los salvadores, necesita aire, y luz, y paz para seguir ganando la libertad, en la que siempre hemos querido estar instalados los ilusos y cromáticos escaladores de nuestro sendero. Del mandarín todopoderoso ya nadie se acuerda. El pintor andarín sigue vivo en un bosque que mi amiga le pintó con amor.*Edén: (Sagr. Escri.)  Paraíso terrenal, morada del primer hombre antes de su desobediencia. (Fig.)  Lugar muy agradable, ameno y delicioso.  Se supone situado entre el río Eufrates y el Tigris.

 

  EL APOSTÓLICO INOPORTUNO

 

“Dadme un mapa y construiré una ciudad”. Fausto suplica a Mefistófeles: “Dadme tan sólo un nombre y te contaré mil historias”. Nunca se descubrirá si fue un enviado ó un intruso, lo único que puedo constatar es que sin duda fue inoportuna su aparición en la escena del afecto que tanto habían cuidado los tres.Como me reservo el nombre, Fausto no podrá contar la historia, ni el cartógrafo construir la ciudad, por tanto puedo deducir que nunca existió, aunque sólo sea un deseo interior. “Son tan escuras de entender estas cosas interiores, que a quien tan poco sabe como yo, forzado havrá de decir muchas cosas superfluas y aun desatinadas, para decir alguna que acierte.Es menester tenga paciencia quien lo leyere, pues yo la tengo para escribir lo que no sé, que cierto algunas veces tomo el papel como una cosa bova, que ni sé qué decir ni como comenzar” Santa Teresa. Moradas primeras, cap. 2, v. 7
  EL DUDOSO
El anciano sintió la necesidad de dejar salir su lenguaje interior. Lo había acumulado en lecturas, confidencias y diálogos; lo encontraba diferente al que aparecía en las hojas de los cuadernos que llenaba casi automáticamente en sus juegos con las palabras.Distinguió a su memoria como un entramado de palabras, a cada imagen le acompaña y sostiene una palabra. Comprendió que era lo único que le pertenecía y le diferenciaba.Al regresar a la pintura, y con un gesto de seguridad, definió la línea ocre que le señalaría la duda.
    EL DUQUE DE AYER

 

Apenas cumplidos los cuatro años, sus padres decidieron contratar a un maestro local para que lo retratase vestido de “duquesito”. Fue el primero de los ciento veintiséis oleos que se conservan, no todos en buen estado, en las galerías de un caserón en Trujillo. Los herederos han tenido la buena ocurrencia de colgarlos cronológicamente, sobre todo para facilitar un estudio sobre la influencia del ejercicio del poder en la fisonomía; Trabajo sin publicar de un psiquiatra de Jaén. Si calculamos el número de retratos por los cincuenta y tres años que vivió el duque, podemos suponer que cada tres meses tenía que posar al menos una semana. Por sugerencia del doctor han remodelado el orden cronológico, el primero es el último de ésta manera pretenden homenajear a Oscar Wilde.
  ESCRIBIENDO EL SILENCIO
He conocido hace poco tiempo a un ciudadano (artista) que vende, con acento de misionero, sombras africanas; las vende tan caras que ha conseguido ser rico en Estados Unidos y respetado en Europa.Y hablando de islas, un escritor me confesó que la vocación de un isleño es la de ser universal pero no le dejan las autoridades. Luego añadió: los isleños conocemos nuestros límites, por eso nos acosan desaprensivos que no han conocido la soledad.CONCLUSIÓN: La pintura es silencio.
  EN MALI, AL ATARDECER, CUANDO LAS SOMBRAS SE ALARGAN SOBRE EL RIO

 

El patio de la casa de adobe en la que aún vive mi abuelo huele a humo. Por debajo del  chamizo de hojas de palma se escurren hilos de luz que dibujan en el suelo de tierra manchas que parecen desiertos donde habitan las sombras de las tallas a medio hacer. Esperan en desbarajuste, sobre una mesa alargada, el definitivo golpe de hachuela que las ingrese en la vida con la ayuda de la lima afilada.  Desde niño me permitieron jugar a la tradición artesanal de la familia: tallar figuras en madera; Construir ventanas para graneros que ahuyentan a las ratas, puertas de establo para proteger al ganado de las epidemias; figuras para la fertilidad, para el culto a los demonios; mascaras sanadoras del mal de ojo, amuletos para viajes a Europa y tantas otras cosas según las necesidades apremiantes de los vecinos y de la imaginación del viejo carpintero.  Mi abuelo siempre se negó a los trueques tentadores que ofrecían los comerciantes extranjeros que pasaban por la aldea una vez al año. -Vaya a saber para que las quieren, decía, y que males pueden causar si se extravían. Cuando las consideraba acabadas, las hacia girar entre sus manos mientras les hablaba en una jerga inaudible que yo trataba de entender sin conseguirlo. Pasaba su mano con delicadeza sobre las formas; a las destinadas a la fertilidad le acariciaba los senos con la punta de su dedo viejo mirándome de reojo para ocultar su memoria, a las mascaras las manejaba con temor y respeto y la soplaba para darles vida con su aliento. La casa está muy cerca del río por donde vienen y se van las esperanzas y las ilusiones, los alimentos, los colores que necesitamos cada día. El río trae vida y se la lleva, es el gran padre protector al que  respetamos para evitar sus cambios de humor. En la estación de la alegría llora sin parar y sus lagrimas anegan los cultivos; sin embargo siempre me sentí protegido y seguro, poseía la barca que talló mi abuelo en un tronco de árbol y que me regaló cuando cumplí siete años. – Con ella llegarás a tus sueños, su sombra te protegerá de las heridas de la tierra y de las brasas de la tragedia. Me habitué, como si de un rito se tratase, a bajar a la orilla del río a la caída de la tarde para descubrir el viaje de las sombras hacia el espacio de la oscuridad; trataba de adivinar las formas sumergidas en la densidad de las tinieblas.  El silencio acariciaba mi cuerpo de niño negro dentro del negro de la noche. Dibujaba en el aire figuras aumentadas en escalas imposibles; las hacia llegar desde el patio de la casa hasta el espacio negro de la noche por donde descendían hasta juntarse en el mismo viaje del río negro y confidente. Viví amparado por las sombras y conservo indelebles las imágenes que evocaban. El camino hacia el NorteComo narrador de la historia tengo la certeza que me interpretaran mal pero considero necesario introducir en el texto la circunstancia que explica la decisión que tomó nuestro personaje obseso por las sombras. Es banal reseñar quién trajo el aparato a la aldea, lo cierto es que nuestro muchacho empezó a perder interés por las orillas del río y su magia de sombras cuando vio el primer programa gastronómico emitido por satélite desde la televisión francesa para África. El cocinero, un hombre tímido que había perdido una estrella en su restaurante de la Avenida Víctor Hugo de Paris por haberse fugado con la cajera, manipulaba los alimentos de las recetas con un cuidado exquisito, los colocaba sobre el plato inclinando su cabeza, igual que los sacerdotes católicos a la hora de la consagración. Hinchaba globos de gelatinas con trozos desmenuzados de pies de cordero mientras atraía con la mano aromas impensables  para los espectadores de otros continentes. Con la misma puntualidad y rito como lo hiciera a la caída de la tarde, nuestro amador de sombras asistía a la ceremonia televisiva del cocinero, imaginaba en las horas del hambre los sabores viajeros, los asociaba con los manjares que su madre preparaba en el día del recuerdo a los muertos. Pero como siempre sucede con las adicciones, regresó al vicio de las sombras del río incorporando a sus fantasías, las complicadas mezclas gastronómicas televisadas desde el norte. El silencio habitual o más bien el sonido conocido de la noche se vio alterado por un gemido débil procedente del río. En la penumbra distinguió la cabeza de un perro que le miraba angustiado, arrastrado por la corriente negra; un ejercito de insectos devoradores revoloteaba excitado sobre la cabeza del animal acompañándole en su viaje.Los ojos desorbitados  y el aullido se desvanecieron en el telón negro como el que usan en televisión cuando la receta está acabada y la hacen desaparecer lentamente de la pantalla.Decidió escribir sobre la noche los títulos de crédito y la palabra FIN.Como este relato no pretende otra cosa que pensar en lo intrascendente en el arte, dejaré para otra ocasión las penurias, la sed y todos los sufrimientos y desgarros de miles de muchachos soñadores que deciden el éxodo hacia el paraíso del lujo, los sabores, las miradas seductoras de mujeres desodorizadas, las zapatillas de deporte y las casas acristaladas desde donde se divisan vehículos dorados sin esquinas.Obviaré por tanto lo ocurrido al amador de sombras en su viaje hacia el norte, lo situaremos en Madrid sin más explicaciones incomodas e incluso desagradables. En el norte En la estación de Atocha se encuentran cómodos y protegidos los desterrados, se mezclan entre los que van y vienen apresurados por el tiempo. El reloj señala que son las dieciocho cero cinco y la megafonía anuncia la salida del tren situado en el andén diez. Es la tercera vez que lee un articulo en un Le Monde que ha encontrado y al que le falta un trozo de página; trata sobre la integración de los africanos en Europa y de algo que ha dicho un ministro que según parece ha provocado revueltas ó disturbios en Paris y otras ciudades de Francia. El narrador se acaba de dar cuenta que nuestro amador de sombras carece de nombre en el relato y esto es un error corregible. Dos vigilantes se acercan y le piden que se identifique, con el miedo de un aldeano extraviado les muestra su documento, uno de ellos le exige que pronuncie su nombre, eso entiende, se apresura y les contesta- Abúl, soy Abúl de Mali.Corregido el error, prosigamos. Volviendo a la estación de Atocha y buscando en el hall central encontramos a Abú sentado en el jardín tropical, orgullo del jardinero que lo cuida y al que ha conocido a las diecisiete cuarenta y cinco cuando llegaba el AVE procedente de Sevilla  por el anden numero dos. Porqué, pregunta, éste jardín produce sombras dobles, el jardinero señala al techo y le dice burlón que en todas las estaciones hay dos soles sin noche. 

El tiempo de la espera es haragán y faltan tres horas para encontrarse con su primo en la puerta de servicio del museo del Prado; Abúl está excitado y temeroso, museo le suena a caverna, pozo seco, cueva oscura, de niño siempre tuvo miedo al “muisio”, lugar oscuro donde amenazan con encerrar a los niños de la aldea  cuando están inquietos y revoltosos.

 

La cuadrilla internacional de limpieza del museo del Prado empieza su faena a las nueve en punto de la noche; se proveen en el sótano de los instrumentos adecuados para este menester y se distribuyen por el edificio en penumbras. Siguiendo las recomendaciones  se incorpora de polizón y como un patriarca avanza por los pasillos con una fregona en la mano mirando al suelo, de esa manera piensa que nadie le descubrirá. Al llegar a la sala asignada, la atraviesa hasta una de las esquinas y comienza a lavar el mármol sucio del suelo. Los dos se hablan en murmullos, hace años que no se han visto y en ese extraño escenario no sabe de que hablar.

 

Decide con precaución a mirar a las paredes, levanta la vista y se le cae la fregona al suelo, con las manos abiertas, paralizado por la visión, empieza a temblar inmóvil, ¿qué te ocurre? Pregunta su primo sacudiéndole la cabeza, ¿qué pasa? ¿Qué has visto?. Señalando al cuadro responde entrecortado: es el perro del río, se ahogó en el río y lo devoraron los insectos, yo fui lo último que vio y ahora está aquí, me ha reconocido.

 

Todavía estás en la aldea, pronto te adaptarás, ¿porqué ha venido al norte?. Esta pregunta le sacó de su visión y le devolvió a la realidad.

 

He venido para conocer los sabores que elabora un cocinero en Paris.

 

Esta fue la frase con la que respondió al cocinero cuando éste le dijo al verle en la puerta del restaurante que no tenía trabajo por ahora. Sorprendido el chef le invitó a pasar a su cocina-laboratorio y como siempre ocurre en los relatos y a veces en las cocinas, aparece lo inaudito.

 

Le quiero presentar a este joven de Mali que ha viajado sólo para conocer los sabores de mis platos. ¿Y en Mali qué hacia usted?. Le preguntó el comisario. Ayudar a mi abuelo con las tallas. ¿Sólo eso? . También jugaba con las sombras a la caída de la tarde.

 

Quiero adelantarme para evitar que confundan el texto, no sólo hay comisarios de policía, el que aquí nos ocupa es de ARTE, personalmente no me gusta el nombre, pero ya se sabe que nunca llueve al gusto de todos excepto en África.

 

Lo cierto es que durante horas el cocinero y el comisario, ante el desconcierto del joven, especularon con las sombras; bandejas de sombras aliñadas, sombras quemadas del renacimiento, sombras nada mas entre tu vida y mi vida, el conjuro de las sombras; Borges y un japonés cuyo nombre no recordaban pero que decían haber leído.

 

Abúl, serás mi artista en la Documenta de Kassel, mañana tengo una entrevista con una multinacional que me ha pedido consejo para invertir sus fondos en arte, no lo dudes este año venderemos sombras africanas en el mundo.

 

  FIABLE DE INTERIOR
De espaldas a la ventana y sin espejo, es imposible contemplar el horizonte. De ésta manera el pintor interpretó los deseos del personaje: detener el tiempo del gesto y regalar el horizonte a los demás.